domingo, 13 de febrero de 2011

La polifonía

El Renacimiento supone el triunfo definitivo del gran hallazgo medieval: la polifonía.

El canto trovadoresco y el canto gregoriano medieval eran esencialmente monódicos, es decir, estaba compuesto por una sola melodía que podía ser cantada al unísono por varias personas. No sabemos si fue por deseo de huir de la monotonía o por la existencia de antiguas tradiciones que no han dejado huellas escritas, lo cierto es que muy pronto los cantores fueron adornando las severas melodías mediante procedimientos muy sencillos, al principio improvisados. Se podía, por ejemplo, cantar la melodía a un determinado intervalo por arriba o por abajo del canto principal (organum, gymel), o lanzarse en rápidas improvisaciones libres, pero que tuvieran alguna relación con la melodía principal: por ejemplo, empezar y terminar en las mismas notas (discanto). Estos primeros esbozos de polifonía marcan el punto en que la historia de la música occidental se separa definitivamente de las demás. El fenómeno se acelera a medida que la improvisación cede el lugar a la composición escrita: pronto no son dos, sino tres las voces que el compositor se atreve a combinar, siempre sobre la base de una melodía dada (cantus firmus). Ello exige a su vez la creación de una teoría musical que permita, mediante la observación y la reflexión, encontrar ciertas reglas que garanticen de alguna forma que el conjunto suene bien: esta ciencia es el contrapunto.

La polifonía es una música compuesta por varias melodías simultáneas en que cada una expresa su idea musical, pero formando con las demás un todo armónico. La mayoría de las obras se componen a cuatro voces pero se llegó, en los siglos XV y XVI, a los excesos polifónicos de obras para dieciocho voces. Polifonía es un concepto opuesto a monodia.

El ascenso de la burguesía como clase social, las ideas del Humanismo (incluyendo la revalorización de las artes como puro disfrute personal) y el invento de la imprenta produjeron una extraordinaria y nueva difusión de la música culta. Esta pasó de ser un privilegio sólo al alcance de la nobleza y el alto clero, y ejecutada exclusivamente por profesionales, a ocupar también un lugar en el ocio de las clases medias, que consumían la amplia literatura musical profana publicada en toda Europa para uso casero de aficionados: canciones polifónicas en Francia, libros de vihuela y villancicos en España, madrigales en Italia e Inglaterra... Tocar un instrumento musical pasó de ser tarea propia de menesterosos a refinado pasatiempo de las clases altas, recomendado incluso por Maquiavelo en El Príncipe, y por Baltasar de Castiglione en El cortesano. Desde el siglo XVI hasta la revolución francesa, los salones de la nobleza van a ser importantes centros de producción y disfrute de música, conservando siempre su carácter privado, reservado a una élite social y cultural. Desde esos salones, las innovaciones y experimentos de la minoría cultivada van a filtrarse haia estratos sociales y culturales más bajos.

Si para el cristianismo medieval todo placer sensual era por definición sospechoso, en cuanto apartaba al hombre de su fin sobrenatural, en el Renacimiento es al contrario: el mundo visible es la fuente de toda belleza. No hay, pues, ninguna razón para privarse del sonido evocador de los instrumentos, de la sugestión de un ritmo insinuante o de las sutiles modulaciones de la voz. La música debe ser “deleitosa”, “dulce”, “sabrosa”, por no citar más que algunos de los adjetivos que encontramos constantemente en los escritos de la época.

La música debe hablar al corazón, expresar con la mayor fidelidad posible los sentimientos humanos: alegría, desconsuelo, cólera, tranquilidad. Esto se logra sobre todo cuando música y palabra se asocian en el canto, que para el hombre del Renacimiento constituye la forma más elevada tanto de la música como de la poesía. En efecto, la palabra dota a la música de un significado concreto, inmediato, sin el cual no sería más que una abstracción carente de interés, incapaz de “imitar la Naturaleza”. Como contrapartida, solo la música puede poner de relieve todas las posibilidades emotivas contenidas en el lenguaje hablado.


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