Siringe
“En los helados montes de Arcadia, entre 
las hamadríades de Nonacris, hubo una náyade muy famosa, las ninfas la 
llamaban Siringe. Más de una vez ella había burlado a los sátiros que la
 perseguían y a cualquiera de los dioses que contiene el sombrío bosque y
 el fértil campo; rendía culto a la diosa Ortigia con sus aficiones y 
con la propia virginidad; también ceñida a la manera de Diana podría 
engañar y podría ser considerada la Latonia, si no fuera porque el arco 
de ésta era de cuerno y el de aquélla de oro; aun así engañaba. Cuando 
ella volvía de las colinas del Liceo la ve Pan y, con su cabeza ceñida 
por agudas hojas de pino, le dice las siguientes palabras:…” Le faltaba 
decir las palabras y que la ninfa, depreciadas las súplicas, había 
escapado por lugares intransitables, hasta que llegó junto a la 
tranquila corriente del arenoso Ladón: que aquí ella, al impedirle las 
aguas su carrera, rogó a sus transparentes hermanas que la transformaran
 y que Pan, cuando pensaba que ya se había apoderado de Siringe, 
agarraba las cañas de pantano en lugar del cuerpo de la ninfa, y, 
mientras suspiraba allí, los vientos movidos dentro de la caña 
produjeron un sonido suave y semejante a la queja; que el dios, 
cautivado por el arte nuevo y por la dulzura del sonido, había dicho: 
“permanecerá para mí este diálogo contigo”, y así, unidas entre sí cañas
 desiguales con juntura de cera, mantuvo el nombre de la doncella.
Ovidio, (43 a.C.- 17 d. C.) Metamorfosis, I, 689-712. 
Traducción de Consuelo Álvarez y Rosa Mª Iglesias.
Cuadro Pan y Siringa de François Boucher, 1760 - 1765
Audición de la Flauta de Pan
| À renaître, portant mon rêve en diadème | 
L'apres-midi d'un faune
Le Faune:
Ces nymphes, je les veux perpétuer.
Si clair,
Leur incarnat léger, qu'il voltige dans l'air
Assoupi de sommeils touffus.
Aimai-je un rêve?
Mon doute, amas de nuit ancienne, s'achève
En maint rameau subtil, qui, demeuré les vrais
Bois même, prouve, hélas! que bien seul je m'offrais
Pour triomphe la faute idéale de roses.
(...)
 Stéphane Mallarme, (París, 1842-Valvins, 1898) 
Mallarmé habló a diario con Manet durante los diez últimos años de la vida de este. 
En cierto momento habla de que está componiendo una suerte de égloga solitaria, un
monólogo -estaban de moda los monólogos en el teatro-, L'après-midi d'un faune, que 
será cortésmente rechazado por los actores a quienes se ofrece para poner en escena,
proyectada suite en tres partes.  



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